viernes, 21 de junio de 2013

Dos historias estremecedoras:esto también es Memoria Histórica

Dos historias estremecedoras que dejan en evidencia la brutalidad de los autodenominados demócratas y cívicos de toda la vida, pues muchos les tenemos totalmente calados el tipo de gentuza que son, y no han cambiado nada pues son los mismos, tan solo necesitan un ambiente propicio para volver a cometer semejante brutalidades y salvajadas.

La historia primera se desarrolla en Sorihuela del Guadalimar (Jaen).
Sin más preámbulos,esta es la historia:

Llegué a Sorihuela por vez primera en el año 1959, por haber ennoviado con una sorihueleña, que hoy es mi esposa pues nos casamos en este pueblo en 1961.
Desde entonces he visitado Sorihuela un par de veces cada año, en mis vacaciones, y nos alojábamos en la casa de mis suegros, en la Plaza de los Caños.
En una de esas visitas me presentó mi suegro a un vecino –vivía frente a su casa- al que llamaban Celso, y era cojo.
Cierto día le pregunté por los motivos de su cojera y esto es lo que me contó:
Tenía 16 ó 17 años (no recuerdo bien la edad que me dijo) cuando fui detenido, en plena guerra civil, y me encerraron en la Iglesia. Allí había un par de docenas de hombres que todo el delito que habían cometido es ser de derechas.
Dormíamos en el suelo, sobre las baldosas, sin ninguna colchoneta ni mantas, y un par de veces al día nos daban algún mendrugo de pan, arenques o tocino y ese era todo el alimento durante meses.
Cierto día, de madrugada, se abrió la puerta y penetraron varios mozalbetes portando sendas varas de olivo y denotando estar embriagados. Sin mediar palabra alguna comenzaron a descargar palos a todo el que se hallaba más cerca, hasta que se les cansaron los brazos y se marcharon.
En el suelo quedaron algunos gravemente heridos y no se les prestó ningún tipo de asistencia médica. Esto se repitió varios días a la semana y cada vez quedaban heridos varios, algunos llegaron a fallecer y se los llevaban.
Yo, por mi edad, me escondía y los toreaba no llegando a golpearme nunca pero me hice a la idea de que algún día me tocaría pues cada vez éramos menos los que quedábamos ilesos.
Fue por esto que les rogué a varios que me auparan hasta llegar a uno de los ventanucos y lo conseguimos, rompí el cristal y me descolgué a la calle pero con tan mala fortuna que, por estar el piso de la calle más bajo que el de la Iglesia, me rompí las dos piernas, una de ellas con los huesos fuera de la piel, y así, arrastrándome, conseguí llegar a mi casa.
Mi buena madre se asustó al verme en aquel estado; cogió una sábana, la hizo tiras y me vendó ambas piernas. Así estuve, escondido, hasta que finalizó la guerra y mi madre me pudo llevar a un Médico. Fueron muchas las operaciones que tuvieron que hacerme pero que no lograron salvar una de mis piernas y me la tuvieron que amputar.
Nadie sabe lo que tuve que soportar encerrado en mi casa, por el miedo a que un día se presentaran y me volvieran a encerrar, y sufriendo tremendos dolores que no se podían calmar por la falta de medicamentos.
Luego supe que de los que había encerrados habían muerto varios a palos y al resto los fusilaron.
Y me decía: Mira la placa que hay en la Cruz de los Caídos y podrás leer el nombre de los que fueron asesinados y todo su delito fue no pensar igual que sus asesinos.
 
 
Si esto os ha dejado helados la siguiente historia, aparte de ser algo larga, os aviso que el desenlace no es apto para personas sensibles.
Yo personalmente la primera vez que lo leí se me quedó hasta mal cuerpo de hasta que punto puede llegar el odio y la barbarie de esta gentuza que hoy en ensalzada como buenas personas que lucharon por la libertad.
 
 
El 19 de febrero de 1921, festividad de la Virgen de Campanar, a las ocho y media de la mañana, un niño nace en Alfafar, en la calle de La Parra, en la actualidad rotulada con el nombre de Ortega y Gasset. Eran sus padres don Eliseo Ferrer Ferrer y doña Milagros Rodrigo Olmos. Sería el mayor de cuatro hermanos: Milagros, Eliseo y Josefa. A los seis días de su nacimiento recibió las aguas del bautismo, en la Iglesia parroquial de Nuestra Señora del Don, en la antigua pila bautismal del S. XIII, de manos del vicario el reverendo don Basilio Carrasco Sánchez. Fueron sus padrinos sus tíos don Antonio Ferrer Gascó y doña María del Don Rodrigo Olmos, dándosele el nombre de Antonio, el mismo de su padrino, a quien el padre quería mostrarle un especial agradecimiento. El 16 de marzo de 1922, contando la edad de un año, fue confirmado junto con otros niños del pueblo, por el arzobispo de Valencia don Enrique Reig y Casanova.
El pequeño Tonín
Tonín era como le llamaban de pequeño sus familiares. Fue creciendo en el seno de una familia que le dio siempre mucho cariño. En su niñez Antonio conquistó el corazón de todos los suyos, especialmente de su abuelo materno Antonio Rodrigo Perelló, natural de la alqueria de l’Amarguet de L’Oliveral y afincado en Alfafar. Era un labrador de avanzada edad y de profundas raíces cristianas. Asistía diariamente a misa y hacía rezar el rosario en familia. A don Antonio Rodrigo le encantaba ir a misa acompañado de su nieto Tonín, a quien poco a poco iba enseñando las principales oraciones que se rezaban en la Iglesia. Es así como desde muy pequeño Antonio fue asumiendo las prácticas religiosas. También se relacionó con sus tías María y Leonor, hermanas de su abuela paterna, las cuales habían criado a su padre, don Eliseo, a raíz de haber quedado éste huérfano de madre en la niñez y de padre en la adolescencia. Estas señoras regentaban el horno conocido como el forn de la placeta y allí, con sus tías, pasaba largas horas. De estas mujeres aprendió el ejercicio de la caridad. Solían socorrer a muchos pobres que se acercaban por la casa, y Antonio gustaba de ser el encargado de dar las limosnas a estos necesitados en propia mano.
El padre de Antonio, el fuster, como era comúnmente llamado el Sr. Eliseo, era el propietario de una carpintería en Alfafar y de un almacén de maderas en Benetússer. En la carpintería eran realizados toda clase de trabajos y se elaboraban mecanismos y artilugios tales como norias, barcos para la marjal y para pescar en la albufera, así como reformas de carpintería para casas. Eran famosas, en los pueblos del contorno, las puertas que realizaba Eliseo de Alfafar. Tuvo encargos desde Silla, Catarroja, Massanassa, Sedaví… Pero es sobre todo en Alfafar donde hoy en día se pueden aún admirar las magnificas puertas modernistas de algunas viviendas de la calle del Sol, o las de las casas de don Antonio Muñoz y doña Filomena Muñoz de la calle Mariano Benlliure nº 10 y 12, así como en la calle Cánovas del Castillo nº 2.
Se cuentan muchas anécdotas de Antonio en su infancia, como la de haber retorcido el pescuezo a todos los patos del corral de su padrino, hecho que lejos de incomodar al dueño de los patos fue tomado por éste con cierta gracia, advirtiendo en ello un signo de precocidad en el pequeño. También, a sus seis años, protagonizó la graciosa travesura de ir a comer higos con más niños de su edad a una higuera particular, sorprendiéndoles el alguacil, quien para disuadirles para que no volvieran a repetir aquello, les amenazó con encerrarlos en el calabozo. Salieron corriendo atemorizados hacia sus casas todos los niños, mas Antonio marchó directo a casa del alcalde, don Francisco Baixauli Perelló, que era primo hermano de su abuelo materno. Era éste Teniente Coronel Médico del cuerpo de Sanidad y vivía en la calle de San Cayetano nº 18. Antonio interrumpió con su visita una reunión al parecer bastante importante de políticos venidos de la capital, e interpeló a don Paco, delante de los presentes, para que tomara la espada de su uniforme y fuera a someter al alguacil, el cual pretendía encerrarlo en el calabozo junto con sus amigos. Los reunidos tomaron con tanta gracia este episodio, que siempre don Paco, al igual que su esposa doña Adela España Galán, lo recordarían con cariño. Doña Francisca Romeu Baixauli recuerda también que solía compartir con él ratos de juegos infantiles en la acequia de la Mola, en la Fila, donde se reunían muchos niños. Destaca que en aquella época ya era un niño muy vivo, inquieto y con una imaginación muy creativa.
Su abuelo Antonio Rodrigo trabajaba las tierras de los Padres Capuchinos del convento de la Magdalena de Massamagrell. Acostumbraba el abuelo a llevarse al nieto para que le hiciera compañía. Antonio recorría todas las dependencias de la clausura del convento a su antojo, ya que por su simpatía y sus inclinaciones religiosas, tan evidentes en su corta edad, se había ganado el cariño de los frailes capuchinos.
Antonio asistió a la escuela de párvulos de doña Rosa Serra Lanau, quien solía llevar a los niños a la iglesia. Más tarde, en el grupo escolar conocido popularmente como “La Torre”, asistió a las clases del maestro don Manuel Paredes y su ayudante don José Rodrigo. Estos maestros eran docentes muy creyentes, según el testimonio de José Lacreu, y con ellos se rezaba el rosario todos los días. En estos ambientes y en estas prácticas, Antonio Ferrer iba creciendo y madurando en las cosas piadosas. A su vez asistía a la catequesis impartida por el vicario don Eliseo Oriola. En aquel tiempo se incorporó al grupo de monaguillos de la parroquia. A la edad de 9 años, el 25 de mayo de 1930, festividad de la Santísima Trinidad, tomó la primera comunión de manos de don Carlos Giner Martínez en la parroquia de Alfafar.
De monaguillo a adolescente al servicio de la Iglesia
Antonio era un chico de trato agradable y bello aspecto, con su cabello rubio en el que se ensortijaban algunos bucles: ovelleta (ovejita) le llamaban algunos cariñosamente. Se recuerda que en aquella época se tomó ya muy en serio su labor de monaguillo, y así fue creciendo dentro de la parroquia, hasta que llegó a la edad en que los chicos dejaban de frecuentar la Iglesia, cosa que no
sucedió con Antonio, en quien muy al contrario se fue enraizando una inclinación hacia las cosas de la religión y del culto, no corriente en los niños de esa edad. Era frecuente verle marchar a la iglesia con su misal, como recordaban personas como Francisca Martínez Sospedra o Tomás Caballero, ayudando a misa, pasando la bandeja de la colecta, llevando la cruz en los entierros y en las procesiones, etc. Sobre todo será recordado en sus momentos de oración silenciosa ante el Santísimo o rezando el rosario a la Virgen del Don. Gustaba de la lectura espiritual y religiosa; entre los libros que conserva la familia figura el devocionario Áncora de Salvación, de José March, así como la novela de Domingo Arrese Hasta que descanse en ti, ambientada en el cristianismo primitivo y en torno a la figura de San Agustín.
El párroco tenía depositada en él toda su confianza. Le encomendó la organización de la escolanía, enseñando en tal menester a los más pequeños, como recordaba Valero Blanch, entonces monaguillo. Sus amigos le recuerdan en la edad de adolescente como un chico cuya conversación era un constante trato de las cosas referentes a Dios, según nos dirá José Lacreu. En 1930, al llegar don Fermín a la parroquia de Alfafar, descubrió en Antonio un eficaz ayudante. Así muchas de las actas de bautismo, defunción o matrimonio celebradas por don Fermín figuran en los registros parroquiales de puño y letra del mismo Antonio.
Pertenecía a la cofradía del Rosario, en cuyas iniciativas participaba activamente, como en el hecho de rezar el rosario los domingos del mes de octubre por las calles del pueblo. También estaba afiliado a la cofradía del Sagrado Corazón de Jesús, al cual tenía mucho fervor, y era el centro de su vida espiritual. El consiliario de la cofradía, el coadjutor don Eliseo Oriola Bonastre, le inculcó muchísimo esta devoción.
Admiraba y mantenía mucho trato con los sacerdotes, como lo demuestra el hecho de que se trajera a casa a los predicadores que iban ocasionalmente por Alfafar para predicar algún novenario. Su madre, se encargaba luego de invitarles a comer. Así lo recordaba su hermana Milagros. Es probable que, de haber sobrevivido a la guerra, se hubiera manifestado en Antonio la vocación sacerdotal. En cierta ocasión se lo llegó a confiar a su amigo José Lacreu, y al recordarle éste que su padre era carpintero y quería que le sucediera en el oficio, el respondía: “¡déjame estar con lo de la carpintería!” Continúa recordando el mismo Sr. Lacreu que, tras reprocharle su severidad excesiva y su exagerado fervor religioso, Antonio le contestó con genio que con las cosas de Dios no se podía jugar, puesto que se trataba de cosas serias y no de frivolidades, para lo que se requería resolución. Antonio fue cultivando desde la infancia hasta la adolescencia un evidente espíritu religioso. Nunca lo ocultó y lo demostró en todas las etapas de su vida. El centro de sus intereses era la Iglesia, sirviéndola como monaguillo, perteneciendo al coro parroquial, ocupándose en otras tareas comprometidas y amándola con toda sus fuerzas. Siempre estaba ideando algo para los niños. Su imaginación e inquietudes las ponía siempre a disposición de sus semejantes.
También era un chico normal, como los demás jóvenes de su edad. Le apasionaban los animales, tenía un gato al que mimaba mucho. Le gustaba el cine y en las paredes de la carpintería de su padre colgaba carteles de películas, como el de la famosa Kin Kong. También era muy aficionado a la filatelia, hobby que inculcaba don Fermín a los jóvenes. Su colección se conserva intacta tal como él la dejó. Solía organizar cenas en la carpintería de su padre con los amigos, y chocolatadas en una casa de la plaza para los más pequeños de la parroquia, como recordaba Valero Blanch. Siendo pequeño plantó dos palmeras, una en el corral de su abuela materna y otra en su casa, que en la actualidad es la única que se conserva. Tenía buena mano para dibujar y asistió a clases de dibujo en la Escuela de San Carlos de Valencia. Aún se conservan sus útiles escolares. Así mismo, cuando era necesario, echaba una mano a su padre, tanto en la carpintería como en las faenas agrícolas. Los domingos por la tarde solía salir de paseo con el grupo de amigos de la parroquia, juntándose con grupos de otros pueblos vecinos. Así fue como conoció a Maria Ferrandis Blanch, de Sedaví, a quien le unirá una estrecha amistad. Su madre, doña Milagros, contaba muchas veces que Antonio acompañaba a su padre, quienes solían junto con otros vecinos ir por la noche a escuchar y responder el saludo de Ave Maria, cuando el sereno daba la hora.
Militante católico
Llegó 1931 y con la II Republica la Iglesia Católica vivió malos momentos. Antonio, que se consideraba un activista cristiano, empezó a manifestar públicamente su adhesión a la Iglesia. Nunca se amedrantará ante nadie que se le oponga y nada cohibirá su libertad religiosa. En el seno de la Iglesia acababa de surgir un movimiento de laicos para propagar la fe y el enriquecimiento espiritual de los fieles. Era la Acción Católica. Don Fermín fue un entusiasta de esta nueva corriente de propagación cristiana y quiso inculcar estas ideas renovadoras a Antonio Ferrer, quien de inmediato las recibió de muy buen grado y no dudó en ponerse a disposición del movimiento. Buscó colaboradores entre sus amigos y organizó una reunión en el cine de Alfafar donde acudieron unos 20 jóvenes. Fue así como se constituyó la Acción Católica Juvenil de Alfafar, perfilándose claramente como presidente local Antonio Ferrer, siendo el secretario Eugenio Muñoz Sáez y tesorero José Lacreu Baixauli. Antonio se sintió muy satisfecho e ilusionado con la empresa emprendida, y así se lo comunicó al vicario general de Oviedo, don Juan Puertes Ramón, gran entusiasta también de la Acción Católica. Uno de los pocos escritos conservados de Antonio es justamente el borrador de una carta dirigida a don Juan tratando esta cuestión:
El muy Iluste Señor. La Juventud Católica de Alfafar está arreglando su digno Reglamento. Tiene más de 30 socios.
Los jóvenes católicos tienen muchas ganas de que venga, cada día parece un año.
Estamos muy contentos de que el Señor Obispo esté en plena salud. Nosotros rogamos mucho por la Salvación de España.
Ahora estamos de vacaciones los de […]
El escrito queda así interrumpido. Antonio se carteaba con el vicario general de Oviedo. Con la quema del palacio episcopal en 1934, suponemos que esta correspondencia perdió todo su rastro, como tantos otros documentos y objetos personales de don Juan. Según parece, la relación de Antonio con el sacerdote fue fluida. Es también sabido que don Juan Puertes, cuando venia de vacaciones a Alfafar, reunía a todos los niños del pueblo en medio de la plaza para impartir el catecismo y Antonio le ayudaba encargándose de mantener el orden entre los críos. Tras su muerte, Antonio sufrirá la pérdida de este santo sacerdote. Será también Antonio quien, el 19 de diciembre de 1934, asistirá como acólito llevando la cruz alzada de la parroquia en el entierro del mártir de Asturias. Don Fermín Vilar, quien había marchado a Oviedo para gestionar el traslado de los restos de don Juan Puertes a Alfafar, trajo consigo los pocos objetos que pertenecieron al vicario general de Asturias, entre los cuales había un crucifijo y dos medallas que llevó don Juan en el momento de su muerte y que fueron rescatados junto con el cadáver. Don Fermín entregó a Antonio Ferrer este crucifijo y las dos medallas. Una de ellas era la de la Virgen de los Desamparados, de pequeño tamaño y que don Juan llevaba colgada al cuello; la otra medalla era del santo rostro de Cristo, de Roma. Antonio mantuvo colgados con una cinta en la cabecera de su cama el crucifijo y la medalla romana de la Santa faz. Ante estos objetos Antonio oró durante los últimos días de su vida. No cabe duda que en su corazón el joven tendrá a don Juan como a un verdadero mártir sin saber quizás que él mismo estaba llamado a seguir idénticos pasos.
En su testimonio, doña Carmen Pérez Ruiz, una de las más allegadas amigas de Antonio, lo recuerda como un joven muy servicial y bondadoso. Sostiene que no hacia daño a nadie, todo lo contrario, si podría hacer favores los hacía con mucho gusto. Recuerda también que frecuentaba la casa de su abuela materna por ser ella de avanzada edad. Así mismo, que el actual marido de doña Carmen compró una cabra y no tenía dónde ponerla y pensó en el corral de la abuela de Antonio, ya que eran vecinos, pero ésta no consintió tal cosa. Antonio, enterándose, medió en el asunto tratando de convencer a la abuela, y por otro lado también tratándola de excusar por ser una anciana. La cabra terminó alojada en el corral de la abuela de Antonio.
Del acoso a la persecución
El día 23 de noviembre de 1933 apadrinó, junto con su prima Carmen Baldueza Rodrigo, a un niño en la parroquia de San Miguel de Catarroja. Se le impuso el nombre de Manuel y era hijo de Vicente Royo Chirivella y Mercedes Delafuente Baldueza. No será el único apadrinamiento que haga Antonio, ya que al poco tiempo de este bautizo nace su hermana Josefa, la más pequeña de los hermanos, quien será bautizada por don Fermín el seis de marzo de 1934, siendo apadrinada por sus hermanos Antonio y Milagros Ferrer Rodrigo.
Llegó 1936 y la vida sencilla y cotidiana del joven Antonio cambiará radicalmente ante la persecución religiosa desencadenada contra la Iglesia y sus fieles por parte de grupos anarquistas y de partidos políticos de ideologías marxistas. Doña Amparo Martí Vázquez transmite lo que oyó decir muchas veces a su suegro don José Maria Rodrigo Olmos, tío materno de Antonio: que unas de las causas de la persecución y muerte del xiquet fue que los revolucionarios no le toleraban su eficacia como militante del movimiento de Acción Católica. Según cuenta Doña María Ferrandis Blanch, de Sedaví, una noche visitó a Antonio en su casa y éste le enseñó un pedazo de papel con una amenaza anónima de muerte si no dejaba sus actividades y prácticas religiosas. Ella le llegó a preguntar si lo había puesto en conocimiento de sus padres, a lo que contestó que no había dicho nada para no hacerles sufrir. Se sabe que Antonio llegó incluso a distribuir clandestinamente hojas informativas sobre dicho grupo por distintas casas de la población. Recordaba doña Josefa Lacreu Puertes que, estando ambos en el cine, sentados en butacas contiguas, entraron milicianos en la sala buscándolo para amenazarlo o molestarlo y tuvo que esconderse debajo de la butaca. Doña Carmen Pérez Ruiz, en una ocasión, se brindó a que, si estando Antonio de visita en casa de su abuela le iban a buscar los milicianos, pudiera saltar desde el corral de su abuela al contiguo de su madre y esconderse allí. Mas él, preocupado por la suerte que pudiera correr esta señora ayudándole, le preguntó si su madre estaba segura de comprometerse tanto, a lo que ella le contestó, que su madre era católica y quería ayudar a los católicos. Por su parte doña Carmen siempre ha repetido que hubiera sido capaz de esconder a Antonio debajo de las piedras si hubiera sido necesario. También recuerda doña Francisca Romeu Baixauli, que un día oyó a ciertas mujeres un comentario desdeñoso: ¿Què tramará este beato?, al paso de Antonio con otros jóvenes amigos suyos en dirección hacia la huerta. Esto muestra cómo poco a poco irían siendo percibidas su persona y sus actividades desde el bando opositor.
Recordaba su hermana Milagros que a primeros del mes de julio de 1936 trajeron a casa un aviso dirigido a Antonio, desde la parroquia, en el que el arzobispado advertía del peligro de poseer documentación comprometedora. Se le recomendaba que se deshiciese de toda documentación sobre Acción Católica, por si acaso tuviese que padecer algún registro y no perjudicar de este modo a ningún miembro de la organización. Antonio no tardó en salir hacia la huerta con todo lo que poseía y allí, en un lugar que se desconoce, enterró todo el archivo.
Llegaron los aciagos días del levantamiento militar y de las revoluciones populares. Eran momentos de persecución del clero y de profanación de templos. Antonio llegó a colaborar escondiendo algunos objetos del culto en casa de doña Sebastiana Esteve Escrivá señora muy allegada a la Iglesia. Se trató del cáliz de la Virgen, la cruz parroquial de plata, y otros objetos de valor que fueron escondidos en la cuadra. Esta señora fallecerá de muerte natural a la edad de 46 años el 20 de septiembre de 1936. A los cuatro meses de su fallecimiento, su esposo don Luis Gascó Cualladó recibirá la visita de unos milicianos en busca de los objetos escondidos en su casa y en base a torturas y amenazas de muerte hacia sus dos hijos Luis y José, no tuvo otro remedio que revelar el lugar donde se encontraban escondidas las cosas de la parroquia.
En los días 19 y 20 de julio de 1936, es saqueada e incendiada la iglesia parroquial de Alfafar. Antonio presenciará el asalto y destrucción de las imágenes en medio de la calle, junto a unos feligreses, entre ellos Josefa Baixauli Vila, ya fallecida. Esta señora contaba que los milicianos iban sacando las imágenes de la iglesia y las arrojaban en la hoguera. Antonio, cuando veía precipitar hacia el fuego una imagen cambiaba el rostro y se angustiaba. Llegado el turno del Sagrado Corazón, a quien tanta devoción profesaba, no pudiéndose contener, se acercó a los milicianos, recriminándoles tal acción. Ellos le asestaron: “Te acordaras de estas palabras; te vamos a matar.” Este detalle no es más que una muestra sintomática de que las razones por las que se le acosaba eran de índole religiosa. No cabe duda que se le buscaba a causa de la firmeza en sus creencias. El mismo día 19, unas horas antes de que asaltaran la iglesia, Antonio formará parte de un grupo que se presentará en casa del alcalde para impedir y prestarse para proteger el templo, mas no obtuvieron ayuda por parte del edil, quien les disuadió alegando garantías de que el templo estaría a salvo. También la firma de Antonio aparecerá entre las recogidas para impedir que se destruyese la iglesia.
En aquella situación de inseguridad y de incertidumbre, los padres de Antonio reaccionaron con diligencia y decidieron alejarlo inmediatamente de Alfafar, ya que recelaban una persecución seria contra él. Téngase en cuenta que estamos en el contexto de un enfrentamiento personal y directo de Antonio con la turba de asaltantes de la iglesia. Cabe pensar que en aquel momento debió desencadenarse una fuerte bronca verbal que terminó con la citada declaración de venganza mortal, algo que claramente iba bastante más allá de una simple amenaza. Evidentemente esto debió llegar a oídos de los padres de Antonio quienes con cierta precipitación deciden hacerlo desaparecer. Es de este modo como el 21 de julio, al día siguiente de haber sido incendiada la iglesia, lo llevan a casa de su tía Consuelo, hermana de su madre, en Sollana.
Doña Consuelo Llinares Girona, vecina de doña Consuelo Rodrigo Olmos, recuerda que, siendo una chiquilla, durante un tiempo permaneció allí un sobrino de su vecina, al cual pudo ver en pocas ocasiones ya que no salía de casa, y apenas tuvo la oportunidad de hablar con él personalmente. Sabía que se encontraba allí porque en su pueblo era buscado por los milicianos. Esta señora mantiene aún muy vivo en su memoria que el 22 de julio fueron destruidos los retablos e imágenes del templo parroquial de Santa Maria Magdalena de Sollana. Nos cuenta que había corrido el rumor de que estaban quemando la Iglesia, y los vecinos salían a la puerta de sus casas viendo atónitos como, con carros y un camión destartalado, se procedía a llevar retablos y enseres de la Iglesia al lugar denominado dels olivarons para ser quemados. Esta ominosa comitiva pasó por la calle de Sueca, por delante de la casa donde estaba refugiado Antonio, y doña Consuelo recuerda que éste, ante el disgusto de los desconcertados vecinos, trataba de consolarles diciendo que no lloraran por las cosas materiales, pues aún iban a pasar cosas más graves en Sollana a causa de la fe. Como así sucedió, ya que se llegaron a cometer en esta población más de treinta asesinatos. Pero su estancia en Sollana fue breve, ya que allí contrajo el tifus y para evitar el peligro de contagio a sus primos, su padre lo trajo nuevamente a Alfafar. Con mucha cautela pasó en casa toda la convalecencia. Nadie en Alfafar supo de la vuelta a casa de Antonio, a excepción de unas vecinas de casa, de plena confianza de su madre, las cuales llegaron incluso a visitarlo. En aquellos días comenzó a crecerle la barba, pero por miedo a ser delatado no se llamó al barbero. Estas vecinas, doña Inés Giner Ricart y doña Carmen Juan Pablo -La Póncia-, al ver a Antonio en aquel estado y con la candidez que manifestaba cuando se recogía para rezar, comentaron que parecía un San Luis Gonzaga. Esta candorosa anécdota constituye un testimonio aportado por la hermana de Antonio, Milagros Ferrer Rodrigo, quien la había oído repetidas veces de su madre.
Detención y muerte
Una vez restablecido, Antonio ya no volvió a marchar a Sollana y poco tardó en volver a salir a la calle. Su padre pensaba ingenuamente que su hijo no corría peligro, puesto que ya había pasado un tiempo prudencial. Pero tal día como el 2 de diciembre de 1936 se presentaron por tercera vez dos milicianos y dos funcionarios del Ayuntamiento -omitimos sus nombres ya que sólo queremos ceñirnos a los hechos reales sobre la muerte y martirio de Antonio Ferrer- para hacer el arresto de Antonio en la carpintería de la calle Cánovas del Castillo nº 8. Habían ido ya dichos sicarios dos veces sin que el chico estuviese en casa y ahora, cuando por tercera vez se marchaban, se toparon con Antonio y su padre en la acera del horno de esta misma calle Cánovas, concretamente a la altura de la segunda de las tres ventanas que tiene este edificio. Era sobre las 11 de la mañana. Le dijeron a Antonio que los acompañara al Ayuntamiento puesto que querían hacerle unas preguntas. Su padre, ante tal requerimiento confesó que no deseaba abandonar a su hijo y que a donde lo llevasen exigía él también ir. Ante las serias advertencias hechas a don Eliseo para que no hiciese tal cosa, por las graves consecuencias que pudieran desencadenarse contra él, éste no dudó en ir con su hijo para protegerlo. Se ha convertido en proverbial una frase que hoy recuerdan muchos y que resume su valiente actitud: “allá donde llevéis a mi hijo iré yo”. Terminaron llevándose a ambos al Ayuntamiento y la familia ya no supo más de ellos. El hermano menor, Eliseo, de siete años, quiso ir también detrás, los siguió hasta el lugar que se llama “la llotjeta”, pero con un culatazo fue apartado por los milicianos.
Don Amadeo Sáez, amigo de la infancia, todavía recuerda haberlos visto detenidos. Él se encontraba sentado en un banco de la plaza, pasaron por su lado, recuerda que Antonio iba muy sereno, y aún se despidió de él, con un gesto de despedida consciente quizás de que su muerte podía estar muy cercana. Fueron conducidos al Ayuntamiento y detenidos durante siete largas horas en los servicios del recinto donde los músicos de la banda ensayaban. Hay que resaltar este detalle, ya que casi todos los demás detenidos y asesinados durante ese tiempo fueron conducidos a la Villa de San Bartolomé donde se encontraba el comité.
Una de las causas determinantes de su detención, según los testimonios que conocieron a Antonio y vivieron los acontecimiento de cerca, fue su espontaneidad. Según ha dicho Amadeo Sáez Gabino, el joven no ocultaba ante nada ni nadie sus sentimientos religiosos, manifestando incluso indignación y afrontando con la palabra todo lo que no consideraba lícito, o cuando la causa lo requería. Doña Carmen Pérez asegura que los milicianos lo detestaban a causa de su profunda creencia religiosa, y les resultaba incómodo. Cree esta señora que sus padres le tenían que haber aconsejado que fuese más prudente con sus palabras y comentarios. No obstante nadie jamás llegó a ponderar que sus comentarios fueran tan incómodos a los milicianos hasta el punto de que a causa de ello le profesaran odio mortal. El que fuera su amigo don José Lacreu dirá al respecto: no hay ninguna duda que su detención fue exclusivamente por motivo de su fe, y por lo notorio y declarado de sus actitudes cristianas. Doña Filomena Muñoz Sáez expresa que la detención de Antonio fue por causa de su profunda religiosidad, pues llevaba una vida de piedad absolutamente extraordinaria, por estar también muy comprometido con la parroquia y subraya en su testimonio que pocas personas sobresalían como él en estos aspectos.
Al anochecer de ese mismo día, padre e hijo fueron conducidos en un coche a la torre de Espioca en termíno de Picassent. Llegados allá los hicieron bajar del coche, Antonio iba rezando, sin dejar de murmurar sus oraciones, y según el testimonio de don Fermín Vilar las últimas palabras que pudo pronunciar fueron: “Viva Cristo Rey”, ya que con una navaja le cortaron la lengua, según parece por negarse a decir donde había ocultado determinados objetos de la Iglesia, pero sobre todo para castigarlo sádicamente por sus comentarios y, cómo no, para que no hablara más de Dios antes de morir. En presencia de su padre recibió un tiro en la sien y así dieron fin a la vida de este joven de 15 años cuyo único delito consistió en haber creído en Dios. A continuación, con la misma navaja, le cortaron los testículos a su padre don Eliseo Ferrer, y tras habérselos puesto en la boca como burla de su arrojo en la defensa de su hijo, lo mataron de un tiro. Dejaron los dos cuerpos sin vida abandonados en aquel lugar, hasta que al día siguiente unos empleados del Ayuntamiento de Picassent los llevaron al cementerio de esta población. A don Eliseo lo enterraron en una fosa común, pero el sepulturero sintió gran lástima al ver el cadáver de un chico tan joven, y enterró a Antonio aparte, en un nicho vacío de un panteón particular.
La noticia de la ejecución de ambos, padre e hijo, llegó a la familia de modo peculiar. Milagros Rodrigo, una vez detenidos su marido y su hijo, acudió en auxilio a José Baldueza Rodrigo, sobrino suyo, que era un cabecilla republicano que ocupaba un puesto muy importante dentro del comité revolucionario de Valencia. Éste cuando llega a interesarse por la suerte de los dos detenidos, averigua que han sido ejecutados y, no atreviéndose a comunicarlo a su tía, lo hace a unos familiares los cuales deciden ocultar también el hecho a doña Milagros. Aún durante unos días, ella continuó yendo al Ayuntamiento para llevarles la comida de casa, y hasta el colchón para que pudieran dormir. También anduvo por las distintas cárceles de Valencia buscándolos, puesto que nadie le daba ninguna explicación de su paradero, y de tanto desaliento y lloros se le hicieron abscesos en los párpados de los ojos, según el testimonio de Eliseo Ferrer Rodrigo que siempre acompañaba a su madre en aquellos momentos de impotencia. Finalmente doña Milagros llegó a la conclusión de que estaban muertos, ya que a todos quienes en Alfafar habían ido deteniendo, sin excepción habían sido asesinados. Buscó ella luego los cuerpos preguntando de cementerio en cementerio, pero no pudo averiguar nada.
Unos meses más tarde se presentaron de nuevo unos milicianos en casa de Antonio, con el objetivo de hacer un registro en busca de objetos religiosos pertenecientes a la Iglesia. No encontraron absolutamente nada, ya que Antonio no escondió ningún efecto religioso en su casa, en cambio se llevaron las pocas alhajas que poseía su madre. También se apropiaron de toda la madera que había en el taller, incluso todo el arroz del granero, que pese al ruego de doña Milagros para que dejaran un poquito de arroz para poder dar de comer a su tres hijos pequeños, se le contestó con despiadado sarcasmo que comieran grava de la carretera.
Al terminar la guerra se descubrió definitivamente que habían sido muertos en la torre de Espioca y que habían sido enterrados en el cementerio de Picassent. Doña Milagros, al inhumar el cadáver de su hijo Antonio, encontró en el bolsillo de su chaqueta una pequeña medallita de la Virgen de los Desamparados que debió pasar inadvertida a sus torturadores. Fue el único consuelo espiritual que pudo tener. Justamente era la misma medalla que había llevado don Juan Puertes Ramón colgada en su cuello en el momento de su muerte.
Milagros Ferrer Rodrigo, hermana de Antonio, recordaba que cuando su madre, acompañada de sus tías, fueron al cementerio a rescatar los cadáveres, habiendo encontrado el de su marido, Eliseo Ferrer, en la fosa común, faltó el de Antonio, que no aparecía en lugar alguno. El sepulturero tuvo entonces que hacer memoria de los hechos y recordó que, sintiendo lástima ante el cadáver de un muchacho tan joven, lo había enterrado por su cuenta en un panteón privado. Ante esta situación, se tuvo que pedir permiso a los propietarios del panteón, residentes en Madrid, para poder abrir la tumba donde había sido enterrado Antonio. Una vez concedida la autorización, apareció el cadáver absolutamente intacto. El recuerdo de Milagros Ferrer termina en el momento en que aparece el cuerpo, en medio de un estallido de lloros y gritos de los presentes, en especial de su madre y sus tías maternas.
El 6 de septiembre de 1939 el vicario general del Arzobispado de Valencia, concede licencia para que puedan ser trasladados los restos de Antonio Ferrer Rodrigo, Eliseo Ferrer Ferrer y de José Gascó Ruiz al cementerio de Alfafar. Según iban trayendo los cadáveres de distintos lugares, los llevaban al cementerio. El día 7 por la noche se realizó un velatorio de los cadáveres de los difuntos por parte de los familiares. El 8 de septiembre tuvo lugar el entierro general de las 24 víctimas de los asesinatos de Alfafar durante el período 1936-1937. No obstante no todos pudieron recibir sepultura cristiana, ya que algunos cuerpos, no fueron encontrados, habiendo sido privados también sus familiares de este consuelo. Por la mañana fueron trasladados los féretros desde el cementerio al Ayuntamiento y por la tarde se celebró el funeral de campaña en la plaza, acompañados de una multitud de fieles venidos de todos los pueblos vecinos a Alfafar. Al término de éste fueron llevados a hombros todos los ataúdes al cementerio. Los restos de Antonio fueron llevados por sus amigos Eugenio Muñoz Sáez, Tomás Caballero Arnáiz, Amadeo Sáez Gabino, y su primo José Alonso Rodrigo. Antonio fue enterado en el nicho 560. Años más tarde, su madre lo trasladó al nº 556.
Fama de santidad
En el mes de Julio de1997 a petición de don Miguel Díaz Valle, párroco de la Iglesia de la Virgen del Don de Alfafar, quien suscribe estas líneas inició una búsqueda de documentación y testimonios sobre la vida y martirio de Antonio Ferrer Rodrigo. Una vez reunida la documentación necesaria, en noviembre de 1997, fue presentada en el Palacio Arzobispal de Valencia por parte de la familia de Antonio y del párroco de Alfafar, y fue entregada a don Ramón Fita Revert, delegado diocesano para las causas de los Santos. Esto fue el inicio de un proceso de beatificación que solemnemente será abierto el 23 de junio de 2004 por el arzobispo de Valencia don Agustín García Gasco, formando parte Antonio Ferrer de un nuevo grupo de 250 mártires valencianos de la Guerra Civil. Inmediatamente se constituyó el tribunal encargado de instruir la fase diocesana del proceso.
A raíz de la apertura del proceso de beatificación, la fotografía de Antonio y una breve reseña de su martirio saltarán a todos los medios de comunicación de España. También será noticia en la revista de Sol de Fátima, en su nº 216, correspondiente al mes de julio y agosto, en un artículo titulado: “Jesús mártir y sus mártires”. La cabecera del texto dice así:
Sol de Fátima como ya ha manifestado en otras ocasiones, siente una profunda alegría, al transmitir el testimonio de los 250 nuevos mártires de la Iglesia en Valencia (anteriormente ya han sido beatificados 200). Entre los 250 testigos de Cristo, religiosos, sacerdotes y seglares, destacamos tres por su testimonios singulares debido a las circunstancias de edad en el caso del monaguillo, de una catequista a punto de dar luz y de un joven que dio la vida a cambio de su hermano al igual que San Maximiliano Maria Kolbe.
(…)
El monaguillo valenciano Antonio Ferrer Rodrigo es el mártir más joven de este nuevo grupo de nuevos testigos del Evangelio que fueron asesinados por odio a la fe en 1936. Antonio ‘fue torturado y fusilado por recriminar la actitud de unos milicianos que estaban saqueando la Iglesia de su pueblo, en la que ayudaba al párroco’. ‘El joven había logrado esconder algunos objetos de culto para salvarlos de la profanación, entre otros, un cáliz y una cruz procesional, pero al ver cómo los asaltantes encendían una hoguera y arrojaban a ella una imagen del Sagrado Corazón, no pudo contenerse y comenzó a recriminar a los milicianos. Fue detenido, junto con su padre, que no quiso abandonarlo y ambos fueron fusilados el 2 de diciembre de 1936.
Este mismo artículo realza los martirios de Alberto Meléndez Boscá y Hortensia Serra Poveda, que considero también de interés:
En el mismo proceso diocesano se incluye al joven soltero Alberto Meléndez Boscá, martirizado con 26 años de edad. Él engañó a sus captores atribuyéndose la identidad de su hermano, que era a quien buscaban, para evitar que éste fuera fusilado porque estaba casado y tenía dos hijos. Una de las historias más dramáticas de este grupo de mártires es la de Hortensia Serra Poveda, asesinada a los 29 años de edad, cuando estaba embarazada de nueve meses del que iba a ser su primer hijo y pidió que la mataran después de dar a luz para poder bautizarlo, solicitud que le fue denegada. Con una navaja le fue abierto el vientre, sacado el niño, echado encima de la madre diciéndole: ‘ahora ya puedes bautizarlo’, seguidamente les pegaron dos tiros a ella y al bebé.
El viernes 3 de septiembre de 2004 a las 17 horas fue colgado en la sacristía de la parroquia un cuadro con la efigie de Antonio Ferrer Rodrigo, obra de Remedios Perpiñá.
En la festividad de la Virgen del Don, del día 8 de septiembre de 2004, en la misa mayor, don José Minguet Micó, predicará el sermón y durante el mismo que tratará sobre los dones del Espíritu Santo, dirá que los mártires don Juan Puertes, Antonio Ferrer y don Eliseo Oriola, fueron fieles al don de la fidelidad a Dios cada uno según su forma de vida.
Con motivo de la visita pastoral a Alfafar por el obispo auxiliar don Esteban Escudero, el 14 de diciembre del 2004, a la una del medio día de una mañana fría y un cielo muy gris, se hace la visita al cementerio municipal de Alfafar. Ante la cruz de piedra que preside el camposanto, le esperan un numeroso grupo de fieles de las dos parroquias: Santa Fe y Nuestra Señora del Don. En un acto sencillo pero muy emotivo se pide por todos los fieles difuntos que allí reposan. A continuación acompañado del párroco don Miguel Díaz Valle, del vicario don Miguel Ángel Herrera y don Juan José fueron visitando algunas tumbas de sacerdotes. Visitan primero la tumba de don José Soria, hijo de Alfafar, que fue beneficiado de la parroquia de Santa Mónica de Valencia, a continuación la del que fuera párroco durante 25 años don Jacinto Vicente Zacarés. Tras esto don Miguel invitó al obispo a rezar ante los restos del Siervo de Dios Antonio Ferrer Rodrigo. La emoción embargó al don Esteban, cuando observó en la inscripción de la lápida su edad de martirio y el hecho de que lo fuera por sus creencias religiosas. Al término de un responso, don Esteban Escudero, con un gesto de veneración tocó con su mano derecha el cristal que cubre la lápida a la altura donde se encuentra la fotografía de Antonio. Al retirarse del lugar dijo a la familia que debián estar orgullosos de tener un familiar de estas características en el cielo y un intercesor ante Dios, para los jóvenes de la parroquia de Alfafar.
El 6 de abril del 2005, José Lacreu Baixauli y Juan Antonio Ferrer Juárez son requeridos para declarar ante el juez y notario del tribunal de las causas de los santos, en la calle Avellanas nº 12 de Valencia. El 29 de junio de 2005, también son citados los hermanos Josefa y Eliseo Ferrer Rodrigo, declarando en esta ocasión todo lo que sabían referente a la vida y martirio de su hermano Antonio.
 
 

 

Sirva este humilde y desconocido blog, de un español más que podría ser cualquiera de sus vecinos, para rendir en soledad absoluta, desde la frustración y el resentimiento hacia esta España irreconocible, desleal y olvidadiza de sus capítulos mas heroicos, mi más sincero homenaje, respeto y admiración hacia todos aquellos que dieron su vida por su fe, por Dios y por España, al igual que toda mi repulsa y mi odio más profundo hacia aquellos que cometieron este tipo de crímenes y salvajadas en nombre de la democracia y la libertad.

Decía una canción de aquel grupo fantástico de los 80 llamado Mecano, en su canción dedicada al Dalai Lama:

"(...)en nombre del progreso y de la revolución quemaron tradiciones y pisaron el honor(...)"



PD: si queréis saber más estas historias han sido sacadas de la web http://www.1936-1939.com/
Totalmente recomendable

Como siempre....¡ARRIBA ESPAÑA! Y ¡VIVA CRISTO REY!



2 comentarios:

  1. los comentarios sobre sorihuela del Guadalimar ni son verdad ni mentira, son a mediastintas, contados con interés manifestando mentiras de una parte sobre todo el Sr. Celso y que perdone por lo de sr.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En Podemos le recibirán con los brazos abiertos.
      Al menos no ha dicho que es mentira.

      Eliminar